LA
APARIENCIA Y LA EDAD.
Para apreciar de forma correcta el
color del vino, llenaremos 1/3 de la copa e inclinaremos ésta en un ángulo de
45 º el catavinos sobre una superficie blanca (mantel, folio). El color del
vino proviene de las sustancias colorantes contenidas en los hollejos, y es
modificado por el paso del tiempo, la crianza, o en su caso enfermedades o
defectos.
El color debe ir acompañado de un
apellido, el matiz, que nos indica la evolución del vino.
De forma
simplificada los colores y matices de los vinos serían los siguiente:
BLANCOS: Amarillo pálido,
amarillo verdoso, amarillo limón, amarillo pajizo, amarillo dorado, oro pálido,
oro verdoso, dorado, ámbar y caoba.
ROSADOS: Rosa claro, rosa
franco, rosa cereza, rosa frambuesa, rosa amarillento, rosa anaranjado, piel de
cebolla, salmón.
TINTOS: Rojo franco, rojo
violáceo, rojo cereza, rojo grosella, rojo sangre, rojo anaranjado, rojo rubí,
rojo púrpura, granate, violeta, teja, ocre, marrón.
La intensidad nos proporciona una
idea aproximada (no exenta de riesgo) del cuerpo del vino. Se expresa mediante
términos como intenso o ligero, o mediante “capas”, de baja a alta, utilizando
para ésta última la expresión “cubierto”.
La fluidez
nos habla de la densidad del vino, este puede ser muy denso, glicérico (si
presenta mucha lágrima), oleoso o ligero.
Por último la limpieza suele ser hoy
día un valor común a la mayoría de los vinos, gracias a las modernas técnicas
enológicas, los vinos suelen describirse en este caso como limpios y
brillantes. Aunque pueden presentar defectos (turbiedades, carbónico en algunos
tintos, partículas en suspensión etc.)
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